Mientras la lluvia cesa
Sonaba la 7ª de Illarramendi, la lluvia no cesaba de caer. El olor a tierra mojada inundaba cada espacio de la decadente, pero estilosa casa de campo. El viento soplaba con fuerza, a veces sobresalía entre los compases. A través de las ventanas, las hojas de las jacarandas rociaban de color el camino hacia la entrada. Todo anticipaba esa tormenta de primavera, útero de esperanzas, pájaros nuevos que levantan el vuelo por primera vez, cigüeñas que ocupan su espacio en el decorado de la nueva estación que nos acariciaba.
Oscar levanto la mirada del papel en blanco, incapaz de escribir una sola palabra más de esa novela que se le atragantaba día a día, y es que, con el paso del tiempo, no se sabe bien si la memoria, o la mano, o ambas, comienzan esa retirada inevitable, y con ellos los personajes se difuminan entre la nebulosa de recuerdos confundidos entre realidad, ficción.
Retiró hacia atrás la mesa y dirigió sus pasos a la cocina donde ya sonaba el inconfundible sonido del agua hirviendo, la paso a la taza, y en ella espació un puñado de té de la India, traído por su viejo amigo y colega en el artes de las letras. Rahjid, seguidor de Ghandi, arrojado activista anti-británico, conoció a Oscar en un congreso de escritores para la paz celebrado en la recién inaugurada biblioteca de Alejandría, y desde entonces las cartas, los paquetes no cesaban entre Madrás y aquel lugar escondido del campo de Al-andalus, siempre con aquellas pequeñas bolsas de té que ahora, ya sentado de nuevo en su silla, comenzó a disfrutar del primer sorbo.
La tarde comenzó a apoderarse del tiempo y la luz comenzaba a oscurecer, cuando un estallido de luz cegadora arrasó todo a su alcance, segundos después llegó aquel ruido ensordecedor que, por un instante lo dejó todo en silencio. Saltó del sillón y se dirigió hacia la ventana del salón, cristales empapados por fuera que apenas permitía ver hasta medio camino. En ese mismo instante otro rayo abrió el cielo e ilumino todo a lo que alcanzaba su vista. Cuando recobró la visión tras el impacto lumínico sobre sus retinas, le pareció ver una figura humana junto a la puerta de la verja, pero la oscuridad se apoderó de todo. Encendió las luces del jardín y de las farolas que alumbraban el camino.
Dudó un instante en salir. Se puso la gabardina y corrió hacia la entrada de la finca. Allí, al leve refugio de la cancela, una mujer, aun de inapreciable figura, de inapreciable edad, tiritaba de frío. Las gotas de agua resbalaban por el rostro que, tras una leve parada en la comisura de los labios, caían en suicido sin solución hasta el suelo, y allí, perderse en el riachuelo que ya se había formado entre sus pies.
Sin cruzar una sola palabra la cogió de la mano y llevó hasta la puerta de la casa. Allí un momento de duda, un cruce de miradas, un gesto de confianza, y cruzaron el umbral de la puerta.
Una vez dentro, despojada del plástico que envolvía sus ropas, apareció Teresa. Delgada, piel pálida hasta la transparencia en contracte con el pelo rizado negro azabache, profundos ojos y cejas oscuras, labios pequeños pero que perfilaban a la perfección el contorno de la boca. Rostro pequeño, de marcado carácter y con cierto aire melancólico. Sus manos pequeñas y de dedos largos y finos, estrecharon las rudas y arrugadas manos de Oscar, que sintió, después de mucho tiempo el tacto suave de una mujer que intuía más joven de lo que parecía a primera vista.
Cuando Teresa consiguió soltarse de las manos, dio media vuelta despacio y comenzó a observar aquel salón, tan grande en apariencia pero tan intimista. Repleto de estanterías cargadas de libros, paredes empapeladas de cuadros, y multitud de objetos por todas partes de inimaginable procedencia. La luz leve, indirecta, daba un aire acogedor a todo el salón. Mesa de trabajo con lámpara de mesa y plafón ya achicharrado de tanto uso, sillones y mas sillones repletos de libros y periódicos de no se sabía bien qué fecha. Sofá donde apenas si quedaba hueco para una sola persona. Suelo de madera ya ennegrecida por tanto té y alcohol derramado sobre él.
Teresa dudó un instante entre sentarse en aquel hueco libre del sofá o salir corriendo de allí en ese mismo instante. Paró su mente y mientras se tomaba el tiempo mínimo para pensarlo fijo su mirada en el lomo de algunos libros que sobresalían sobre los demás por la cantidad de copias que había. Se acerco a ello, sacó las diminutas gafas de cerca montadas al aire y pudo leer los títulos.
Oscar la miró de reojo, ya sentado en su mesa y le comento:
- ¿Los conoces?
- Sí, es uno de mis autores favoritos, me imagino que al igual que a ti por la cantidad de copias que tienes. – Le replico sin girar la cabeza.
- Si, suelo regalar algunos ejemplares. ¿Los tienes todos?
- Bueno creía que sí, pero en vista de tu colección, la verdad es que me faltan algunos. No tenía ni idea que hubiese publicado tanto.
Ella continuó andando por los estantes repletos de libros, revistas, legajos, manuscritos, y entre aquel barullo de libros, de vez en cuando un hueco con algún cuadro y fotos en las que se veían cenas, entregas de premios, personajes conocidos del mundo de las letras, en ellas se relataba la intensa vida de aquel hombre que tenía sentado en aquella mesa repleta de papeles y comenzó a hilar. No podía ser, no podía creerlo. Oscar, claro, Oscar.
- ¿Es usted verdad?
- Si
- ¿Cómo no me he podido dar cuenta antes? – Comentó un poco ruborizada.
- Es que no ha dado tiempo. – Contestó el quitando importancia – Es que no le ha dado tiempo a usted, ha sido muy rápida de verdad.
Teresa comenzó hablar y hablar. Le comentó que era estudiante de último año de filología y había tenido que estudiado algunas de sus obras. Que incluso había realizado algún comentario de texto sobre su libro Tratado de soledad.
Ese fue el detonante de la conversación. Ella saltó sin duda alguna sobre aquel hueco libre del sofá, y de un manotazo aparto la primera hilera de libros para hacer un poco más confortable el rincón que le tocaba en suerte.
Oscar se levanto, fue despacio hasta la cocina americana del salón y comenzó a calentar más agua. – Qué quieres, ¿té, café, vino, copa? – Café, Café si no le importa. El silencio se apoderó del salón y la música de Illarramendi recobró el protagonismo.
- Soy muy malo haciendo café, lo mejor que se preparar es un buen vaso de coca light, y con el té que me defiendo, herencia de mi relación con la India y de antiguas compañeras de viaje muy aficionadas. ¿Estás segura de ese café? – Preguntó al mismo tiempo que la miró por encima de sus gafas.
- Si, segura, correré ese riesgo, los he corrido mayores.
Puso la cafetera italiana a fuego muy lento, y dirigió sus pasos al ordenador done el iTunes se ocupaba de la música, programada de forma milimétrica para toda la semana, pero que en ese instante, y de forma casi instintiva, sin meditar cambio. El violín de Viktoria Mullova comenzó a interpretar el Allemanda de la partita número 1 BWV 1002 de J.S. Bach.
- ¿Te gusta Bach? Yo no entiendo la música sin él. Es el resumen de la matemática perfecta. Música creada para elevarse y aislarse de este mundo.
- Bueno la verdad es que no soy muy melómana, pero si lo conozco, me gusta de él La Pasión según San Mateos, la escuche una vez en Málaga a la Orquesta Ciudad de Málaga y me fascino. Me llevo un buen amigo y pude hablar después con el Director, ¿cómo se llamaba este hombre de pelo blanco?
- Odón Alonso.
- Eso. Me gusto su descripción de la obra. Magnifica en serio me gusto muchísimo, un poco larga para mí, pero inolvidable.
- Si para mi es la cumbre de su obra, aunque discutible, a cada uno le gusta quien y que le gusta. Pero creo que de forma clara es su obra más completa.
De nuevo el sonido del agua hirviendo tomo protagonismo sobre el Bach que sonaba. Oscar trato de hacer el mejor café posible, aun desde la consciencia de lo imposible de su esfuerzo. Taza en mano, puso en su interior un poco de aquel líquido negro inmundo que siempre le salía mientras preguntaba si mucho o poco café, con o sin leche. Ella en un instinto de supervivencia fue concreta: poco café y mucha leche.
Así hizo, un poco de café menos imposible, y termino de llenar la tasa de leche templada, aquello parecía al menos que sabría a leche con algo de café e incluso podría beberse sin mucho sobresalto. El, con el agua sobrante se puso otra taza de té de su amigo Rahjid, mientras que Viktoria tocaba la Gavotte En Rodeau de la partita número 3
- Me encanta esta Gavotta, me resulta tan fresca
- Si, es bonita y simple al mismo tiempo.
- Tengo por ahí una versión de esto mismo pero interpretado a la guitarra, que es muy sensual. No sé donde la tengo pero la encontraré.
Viktoria seguía con sus notas más magistrales. Parecía que su música marcaba el ritmo del tiempo dentro de aquella estancia cada vez más intimista y caldeada por el fuego de la chimenea en pleno apogeo. El agua continuaba golpeando contra la ventana y el viento abatiendo las hojas de las jacarandas que comenzaban ya a acumularse en las ventanas.
- Teresa perdona la indiscreción ¿qué edad tienes? – Interrogo Oscar casi sin pensar el por qué de ese impulso.
- Treinta y dos. – Sonrió al tiempo que lo miró con gesto de curiosidad.
- Demasiado joven para ti Oscar. – Contestó Teresa rotunda.
- Si demasiado, demasiado, la vida se nos escurre entre los dedos sin darnos cuenta que la distancia entre mente y cuerpo es cada vez mayor y nada podemos hacer nada por remediarlo. Nada nos va quedando Teresa, observar como la piel empieza a pegarse sobre nuestros huesos, solo la esperanza de que al menos, esta última batalla de la guerra de la vida sea digna.
- No es para tanto Oscar, no estás tan mayor, tienes buen aspecto, y cierto morbillo, cierta erótica, y mucha atracción Oscar y eres consciente de ello, usas la palabra, los tiempos, el método, tienes experiencia Oscar, y la estas utilizando.
Oscar ruborizó. No supo reaccionar, pillado infraganti por una joven de apenas treinta años y de aspecto débil.
- Es cierto perdona, no me he sido consciente, pero llevas razón no voy a negar la evidencia. Pero nunca pude evitarlo, siempre me salió de forma instintiva. Intentaré comportarme con un señor mayor. – La miró de forma diabla en otro intento de que no se lo tomara muy en serio esa promesa y que el juego continuaría.
- No importa, me halaga que “usted” se moleste en una chica como yo, mientras que imagino por su vida habrán pasado mujeres de extrema belleza, qué hacer con una joven e inmadura como yo, que sólo el hecho de una piel joven y tensa, pueda arrastrarle a intentos vanos. Recuerda Oscar, la derrota debe ser digna.
- Bravo teresa, me ha impresionado, ¿pero todo eso ha concluido de esta leve y musical conversación?
- No, sólo quería probarte Oscar y has caído, perdona hombre. Yo si he sido quizás atrevida, demasiada fresca.
- Me vuelves a sorprender Teresa, me encanta esa frescura, en serio. Me encanta, sigamos, me gusta, me gusto siempre estos juegos. Un momento
Se levanto, puso más agua a hervir y cambió de nuevo la programación del iTunes, con esa pregunta interior ¿qué haces hoy con la música? ¡Déjala en paz que suene a su antojo! Elgar, Cello Concerto In E Minor, Op. 85 - 1. Adagio Moderato interpretado por la cellista Anne Gastinel tomo el relevo de Bach
- Me casaría con Anne, con sus manos, la elevaría a los altares, de hecho ya lo estoy haciendo, he escrito una carta al obispado para su beatificación en vida, esas manos se las dio Dios por algo, creo que es obra de Él, un regalo divino que debería estar en las iglesias para adorarla, pero quizás me digan que no, y es que estos de la sotana no saben entender que ella es el milagro de Dios y una de sus obras más divinas. Claro que mientras se deciden a contestarme, disfruto de su música, y de ella en mis sueños. – Suspiró
El silencio se hizo de nuevo en el salón, mesa de mezclas donde el sonido del viento, las hojas, la lluvia, el crujir de la madera en la chimenea, el agua hirviendo y la música de Elgar se mezclaban en una sinfonía disonante pero seductora.
Ambos se dejaron llevar por las primeras notas del cello de Anne; ninguno se atrevía a quebrar aquel momento. Oscar para que ella escuchara, Teresa para que el disfrutara de su Diosa. Acabado el Adagio Moderato, el se puso otra taza de té, regreso sobre sus pasos, retiro por primera vez en mucho tiempo los periódicos del sofá y se abrió hueco para sentarse junto a ella.
- Te entiendo Oscar, es una maravilla esta mujer.
- Si, lo es. Pero hablemos de ti Teresa.
- Vale que quieres saber
- Lo que me quieras contar, pero, ¿porque filología?
- Me gustó, siempre me gusto leer y quise entender, ver que había tras todas esas palabras y así, casi de forma instintiva me vi en la facultad de letras, aprendiendo el significado de las palabras. Entre ellas las tuyas.
- ¿A qué te dedicas Teresa?
- Ya te he comentado curso último año de filología
- No, que a que te dedicas tu tiempo libre
- A estudiar, solo a estudiar, quiero terminar de una vez esta carrera que comencé hace ya diez años y nunca soy capaz de terminar, y me lo he propuesto, mientras tanto, me busco la vida como puedo.
- ¿Qué te pasó para dejar de estudiar, si quieres contestar claro?
- En resumen Oscar, me case, lo deje todo por amor, y el amor me dejo a mí, triste destino de aquellos que nos enamoramos demasiado,
De nuevo el silencio, que como las notas de una sinfonía aparece de forma regular marcando el tiempo de toda la obra. Anne seguía con su divina interpretación de Elgar. La lluvia persistente, el viento insistente, el fuego pidiendo algo de madera para mantener el calor en aquellas paredes rodeadas de libros e historia reciente.
Como se de una orquesta se tratara, a la espera de la orden de atacca de la batuta del director Anne comenzó el Allegro Moderato al mismo tiempo que Oscar tomaba protagonismo de aquella sinfonía.
- Cierto. No se puede amar demasiado, termina por quemarlo todo. También tengo mi historia no creas. Cada uno de mis libros es una historia con principio pero sin final. Tras cada libro hay una mujer y yo, yo y una historia mal terminada o no, no sé, nunca pude estar junto a una mujer que no amaba. Y no sé si acerté, porque mírame, soy el Dios de la Soledad entre tanta gente. Quizás debí aguantar no sé, simplemente viví, o intente vivir.
Esta vez el silencio se precipito, sin avisar lo ocupo todo, lo tapo todo, lo calló todo. Solo quedaban las miradas inertes de Oscar y Teresa.
- Algo intuí en Tratado de Soledad – Dijo Teresa e interrumpida de pronto por Oscar.
- Sí, me amo demasiado, demasiado y no lo vi, no quise verlo. Dejé pasar el amor de verdad e intenso por la puerta de mi vida; lo deje pasar y lo pague, supe en aquel instante que nunca lo volvería a sentir. Y así fue. Aún tengo frescas las lágrimas cada vez que intento recordar la última vez que la vi y no me acuerdo. Suicidio voluntario.
- Continúa por favor.
- No, no se puedes amar demasiado Teresa. En el amor hay que ser egoístas. Sacar, exprimir, pero no sucumbir, no dejarse morir. Pero, siempre me puede el amor Teresa, siempre sucumbo y muero. Creo resucitar, pero lo único que hago es sucumbir de modo más profundo. Y aquí yazco, enterrado entre estas paredes en un intento continuo de escribir no se qué cosa cada vez más alejado de mi. No sé, muchas veces grito socorro, pero nadie llega en mi ayuda.
- ¿Hoy ha llegado alguien no? – Interrumpió esta vez teresa.
- Sí es cierto, pero hoy no he gritado. – Contesto de inmediato Oscar
- Cierto. – Continuó Teresa. Cierto pero aquí estoy, soy lo único que tienes en este momento, ¿vas a dejarlo pasar también Oscar?
Sin el permiso de Oscar el iTunes salto, y las notas de la partita numero 1 de la suite inglesa para piano de Bach, otra vez Bach, otra vez una mujer, esta vez María João Pires.
- ¿A qué te refieres teresa?
- A la oportunidad de ser escuchado, no sé cuándo ni porqué escuche ese grito, pero lo escuche. Ahora sé que comenzaste a gritar al mismo tiempo que a escribir. No fuiste un escritor temprano, comenzaste tarde, de repente, de forma intuitiva, pero ya no paraste, y es que en realidad no escribes, gritas Oscar y cada día con más fuerza.
- Todo eso solo con Tratado se Soledad Teresa, si llegas a comentarlos todos terminas por desnudarme por completo, gracias a Dios que sólo ha sido un libro.
- Es que soy buena.
- No lo dudo.
- Y que más intuyes
- Intuir mucho, saber nada. Estas enamorado aun Oscar
- Lo afirmas o me preguntas
- Lo afirmo.
- Y ¿de quién?
- Tú lo sabes, nunca dejaste de amarla.
- No sé a quién te refieres. Si, estuve muy enamorado pero como té me quemé, terminó y nada pretendo recordar. ¿Estar aún enamorado? Quizás Teresa, quizás, pero se confunde en el recuerdo. Conoces ese poema que dice que los hombres nunca debieran tocar las estrellas sin quemarse, pues yo me he quemado muchas veces. Y cada quemadura me dejo recuerdo en el corazón pero no sé de quién estoy enamorado. Me gustaría volver a enamorarme, pero no sé.
- Si lo sabes Oscar me refiero a ella, nunca existió otra.
- Si quizás, quizás fuese eso lo que siempre me impidió darlo todo con nadie más, pero eso murió, y mi única duda es si no me maté yo en ese momento. Si desde entonces solo consigo sobrevivir de espaldas al amor. No Teresa no, de forma definitiva no podemos amar demasiado, no solo quema, mata.
Federico Mompou con su Afflitto e penoso de Música callada irrumpió de repente en la conversación, Piano suave, apenas apreciable pero de intensa y profunda. Momento de silencio, en el que Teresa se levantó por primera vez del sofá, se acerco a la ventana y comentó: parece que la tormenta comienza a amainar. Palabras que provocaron una tormenta de pensamiento en Oscar, no había caído, se había olvidado que Teresa había llegado con la lluvia y con la lluvia se marcharía.
Sonaba la 7ª de Illarramendi, la lluvia no cesaba de caer. El olor a tierra mojada inundaba cada espacio de la decadente, pero estilosa casa de campo. El viento soplaba con fuerza, a veces sobresalía entre los compases. A través de las ventanas, las hojas de las jacarandas rociaban de color el camino hacia la entrada. Todo anticipaba esa tormenta de primavera, útero de esperanzas, pájaros nuevos que levantan el vuelo por primera vez, cigüeñas que ocupan su espacio en el decorado de la nueva estación que nos acariciaba.
Oscar levanto la mirada del papel en blanco, incapaz de escribir una sola palabra más de esa novela que se le atragantaba día a día, y es que, con el paso del tiempo, no se sabe bien si la memoria, o la mano, o ambas, comienzan esa retirada inevitable, y con ellos los personajes se difuminan entre la nebulosa de recuerdos confundidos entre realidad, ficción.
Retiró hacia atrás la mesa y dirigió sus pasos a la cocina donde ya sonaba el inconfundible sonido del agua hirviendo, la paso a la taza, y en ella espació un puñado de té de la India, traído por su viejo amigo y colega en el artes de las letras. Rahjid, seguidor de Ghandi, arrojado activista anti-británico, conoció a Oscar en un congreso de escritores para la paz celebrado en la recién inaugurada biblioteca de Alejandría, y desde entonces las cartas, los paquetes no cesaban entre Madrás y aquel lugar escondido del campo de Al-andalus, siempre con aquellas pequeñas bolsas de té que ahora, ya sentado de nuevo en su silla, comenzó a disfrutar del primer sorbo.
La tarde comenzó a apoderarse del tiempo y la luz comenzaba a oscurecer, cuando un estallido de luz cegadora arrasó todo a su alcance, segundos después llegó aquel ruido ensordecedor que, por un instante lo dejó todo en silencio. Saltó del sillón y se dirigió hacia la ventana del salón, cristales empapados por fuera que apenas permitía ver hasta medio camino. En ese mismo instante otro rayo abrió el cielo e ilumino todo a lo que alcanzaba su vista. Cuando recobró la visión tras el impacto lumínico sobre sus retinas, le pareció ver una figura humana junto a la puerta de la verja, pero la oscuridad se apoderó de todo. Encendió las luces del jardín y de las farolas que alumbraban el camino.
Dudó un instante en salir. Se puso la gabardina y corrió hacia la entrada de la finca. Allí, al leve refugio de la cancela, una mujer, aun de inapreciable figura, de inapreciable edad, tiritaba de frío. Las gotas de agua resbalaban por el rostro que, tras una leve parada en la comisura de los labios, caían en suicido sin solución hasta el suelo, y allí, perderse en el riachuelo que ya se había formado entre sus pies.
Sin cruzar una sola palabra la cogió de la mano y llevó hasta la puerta de la casa. Allí un momento de duda, un cruce de miradas, un gesto de confianza, y cruzaron el umbral de la puerta.
Una vez dentro, despojada del plástico que envolvía sus ropas, apareció Teresa. Delgada, piel pálida hasta la transparencia en contracte con el pelo rizado negro azabache, profundos ojos y cejas oscuras, labios pequeños pero que perfilaban a la perfección el contorno de la boca. Rostro pequeño, de marcado carácter y con cierto aire melancólico. Sus manos pequeñas y de dedos largos y finos, estrecharon las rudas y arrugadas manos de Oscar, que sintió, después de mucho tiempo el tacto suave de una mujer que intuía más joven de lo que parecía a primera vista.
Cuando Teresa consiguió soltarse de las manos, dio media vuelta despacio y comenzó a observar aquel salón, tan grande en apariencia pero tan intimista. Repleto de estanterías cargadas de libros, paredes empapeladas de cuadros, y multitud de objetos por todas partes de inimaginable procedencia. La luz leve, indirecta, daba un aire acogedor a todo el salón. Mesa de trabajo con lámpara de mesa y plafón ya achicharrado de tanto uso, sillones y mas sillones repletos de libros y periódicos de no se sabía bien qué fecha. Sofá donde apenas si quedaba hueco para una sola persona. Suelo de madera ya ennegrecida por tanto té y alcohol derramado sobre él.
Teresa dudó un instante entre sentarse en aquel hueco libre del sofá o salir corriendo de allí en ese mismo instante. Paró su mente y mientras se tomaba el tiempo mínimo para pensarlo fijo su mirada en el lomo de algunos libros que sobresalían sobre los demás por la cantidad de copias que había. Se acerco a ello, sacó las diminutas gafas de cerca montadas al aire y pudo leer los títulos.
Oscar la miró de reojo, ya sentado en su mesa y le comento:
- ¿Los conoces?
- Sí, es uno de mis autores favoritos, me imagino que al igual que a ti por la cantidad de copias que tienes. – Le replico sin girar la cabeza.
- Si, suelo regalar algunos ejemplares. ¿Los tienes todos?
- Bueno creía que sí, pero en vista de tu colección, la verdad es que me faltan algunos. No tenía ni idea que hubiese publicado tanto.
Ella continuó andando por los estantes repletos de libros, revistas, legajos, manuscritos, y entre aquel barullo de libros, de vez en cuando un hueco con algún cuadro y fotos en las que se veían cenas, entregas de premios, personajes conocidos del mundo de las letras, en ellas se relataba la intensa vida de aquel hombre que tenía sentado en aquella mesa repleta de papeles y comenzó a hilar. No podía ser, no podía creerlo. Oscar, claro, Oscar.
- ¿Es usted verdad?
- Si
- ¿Cómo no me he podido dar cuenta antes? – Comentó un poco ruborizada.
- Es que no ha dado tiempo. – Contestó el quitando importancia – Es que no le ha dado tiempo a usted, ha sido muy rápida de verdad.
Teresa comenzó hablar y hablar. Le comentó que era estudiante de último año de filología y había tenido que estudiado algunas de sus obras. Que incluso había realizado algún comentario de texto sobre su libro Tratado de soledad.
Ese fue el detonante de la conversación. Ella saltó sin duda alguna sobre aquel hueco libre del sofá, y de un manotazo aparto la primera hilera de libros para hacer un poco más confortable el rincón que le tocaba en suerte.
Oscar se levanto, fue despacio hasta la cocina americana del salón y comenzó a calentar más agua. – Qué quieres, ¿té, café, vino, copa? – Café, Café si no le importa. El silencio se apoderó del salón y la música de Illarramendi recobró el protagonismo.
- Soy muy malo haciendo café, lo mejor que se preparar es un buen vaso de coca light, y con el té que me defiendo, herencia de mi relación con la India y de antiguas compañeras de viaje muy aficionadas. ¿Estás segura de ese café? – Preguntó al mismo tiempo que la miró por encima de sus gafas.
- Si, segura, correré ese riesgo, los he corrido mayores.
Puso la cafetera italiana a fuego muy lento, y dirigió sus pasos al ordenador done el iTunes se ocupaba de la música, programada de forma milimétrica para toda la semana, pero que en ese instante, y de forma casi instintiva, sin meditar cambio. El violín de Viktoria Mullova comenzó a interpretar el Allemanda de la partita número 1 BWV 1002 de J.S. Bach.
- ¿Te gusta Bach? Yo no entiendo la música sin él. Es el resumen de la matemática perfecta. Música creada para elevarse y aislarse de este mundo.
- Bueno la verdad es que no soy muy melómana, pero si lo conozco, me gusta de él La Pasión según San Mateos, la escuche una vez en Málaga a la Orquesta Ciudad de Málaga y me fascino. Me llevo un buen amigo y pude hablar después con el Director, ¿cómo se llamaba este hombre de pelo blanco?
- Odón Alonso.
- Eso. Me gusto su descripción de la obra. Magnifica en serio me gusto muchísimo, un poco larga para mí, pero inolvidable.
- Si para mi es la cumbre de su obra, aunque discutible, a cada uno le gusta quien y que le gusta. Pero creo que de forma clara es su obra más completa.
De nuevo el sonido del agua hirviendo tomo protagonismo sobre el Bach que sonaba. Oscar trato de hacer el mejor café posible, aun desde la consciencia de lo imposible de su esfuerzo. Taza en mano, puso en su interior un poco de aquel líquido negro inmundo que siempre le salía mientras preguntaba si mucho o poco café, con o sin leche. Ella en un instinto de supervivencia fue concreta: poco café y mucha leche.
Así hizo, un poco de café menos imposible, y termino de llenar la tasa de leche templada, aquello parecía al menos que sabría a leche con algo de café e incluso podría beberse sin mucho sobresalto. El, con el agua sobrante se puso otra taza de té de su amigo Rahjid, mientras que Viktoria tocaba la Gavotte En Rodeau de la partita número 3
- Me encanta esta Gavotta, me resulta tan fresca
- Si, es bonita y simple al mismo tiempo.
- Tengo por ahí una versión de esto mismo pero interpretado a la guitarra, que es muy sensual. No sé donde la tengo pero la encontraré.
Viktoria seguía con sus notas más magistrales. Parecía que su música marcaba el ritmo del tiempo dentro de aquella estancia cada vez más intimista y caldeada por el fuego de la chimenea en pleno apogeo. El agua continuaba golpeando contra la ventana y el viento abatiendo las hojas de las jacarandas que comenzaban ya a acumularse en las ventanas.
- Teresa perdona la indiscreción ¿qué edad tienes? – Interrogo Oscar casi sin pensar el por qué de ese impulso.
- Treinta y dos. – Sonrió al tiempo que lo miró con gesto de curiosidad.
- Demasiado joven para ti Oscar. – Contestó Teresa rotunda.
- Si demasiado, demasiado, la vida se nos escurre entre los dedos sin darnos cuenta que la distancia entre mente y cuerpo es cada vez mayor y nada podemos hacer nada por remediarlo. Nada nos va quedando Teresa, observar como la piel empieza a pegarse sobre nuestros huesos, solo la esperanza de que al menos, esta última batalla de la guerra de la vida sea digna.
- No es para tanto Oscar, no estás tan mayor, tienes buen aspecto, y cierto morbillo, cierta erótica, y mucha atracción Oscar y eres consciente de ello, usas la palabra, los tiempos, el método, tienes experiencia Oscar, y la estas utilizando.
Oscar ruborizó. No supo reaccionar, pillado infraganti por una joven de apenas treinta años y de aspecto débil.
- Es cierto perdona, no me he sido consciente, pero llevas razón no voy a negar la evidencia. Pero nunca pude evitarlo, siempre me salió de forma instintiva. Intentaré comportarme con un señor mayor. – La miró de forma diabla en otro intento de que no se lo tomara muy en serio esa promesa y que el juego continuaría.
- No importa, me halaga que “usted” se moleste en una chica como yo, mientras que imagino por su vida habrán pasado mujeres de extrema belleza, qué hacer con una joven e inmadura como yo, que sólo el hecho de una piel joven y tensa, pueda arrastrarle a intentos vanos. Recuerda Oscar, la derrota debe ser digna.
- Bravo teresa, me ha impresionado, ¿pero todo eso ha concluido de esta leve y musical conversación?
- No, sólo quería probarte Oscar y has caído, perdona hombre. Yo si he sido quizás atrevida, demasiada fresca.
- Me vuelves a sorprender Teresa, me encanta esa frescura, en serio. Me encanta, sigamos, me gusta, me gusto siempre estos juegos. Un momento
Se levanto, puso más agua a hervir y cambió de nuevo la programación del iTunes, con esa pregunta interior ¿qué haces hoy con la música? ¡Déjala en paz que suene a su antojo! Elgar, Cello Concerto In E Minor, Op. 85 - 1. Adagio Moderato interpretado por la cellista Anne Gastinel tomo el relevo de Bach
- Me casaría con Anne, con sus manos, la elevaría a los altares, de hecho ya lo estoy haciendo, he escrito una carta al obispado para su beatificación en vida, esas manos se las dio Dios por algo, creo que es obra de Él, un regalo divino que debería estar en las iglesias para adorarla, pero quizás me digan que no, y es que estos de la sotana no saben entender que ella es el milagro de Dios y una de sus obras más divinas. Claro que mientras se deciden a contestarme, disfruto de su música, y de ella en mis sueños. – Suspiró
El silencio se hizo de nuevo en el salón, mesa de mezclas donde el sonido del viento, las hojas, la lluvia, el crujir de la madera en la chimenea, el agua hirviendo y la música de Elgar se mezclaban en una sinfonía disonante pero seductora.
Ambos se dejaron llevar por las primeras notas del cello de Anne; ninguno se atrevía a quebrar aquel momento. Oscar para que ella escuchara, Teresa para que el disfrutara de su Diosa. Acabado el Adagio Moderato, el se puso otra taza de té, regreso sobre sus pasos, retiro por primera vez en mucho tiempo los periódicos del sofá y se abrió hueco para sentarse junto a ella.
- Te entiendo Oscar, es una maravilla esta mujer.
- Si, lo es. Pero hablemos de ti Teresa.
- Vale que quieres saber
- Lo que me quieras contar, pero, ¿porque filología?
- Me gustó, siempre me gusto leer y quise entender, ver que había tras todas esas palabras y así, casi de forma instintiva me vi en la facultad de letras, aprendiendo el significado de las palabras. Entre ellas las tuyas.
- ¿A qué te dedicas Teresa?
- Ya te he comentado curso último año de filología
- No, que a que te dedicas tu tiempo libre
- A estudiar, solo a estudiar, quiero terminar de una vez esta carrera que comencé hace ya diez años y nunca soy capaz de terminar, y me lo he propuesto, mientras tanto, me busco la vida como puedo.
- ¿Qué te pasó para dejar de estudiar, si quieres contestar claro?
- En resumen Oscar, me case, lo deje todo por amor, y el amor me dejo a mí, triste destino de aquellos que nos enamoramos demasiado,
De nuevo el silencio, que como las notas de una sinfonía aparece de forma regular marcando el tiempo de toda la obra. Anne seguía con su divina interpretación de Elgar. La lluvia persistente, el viento insistente, el fuego pidiendo algo de madera para mantener el calor en aquellas paredes rodeadas de libros e historia reciente.
Como se de una orquesta se tratara, a la espera de la orden de atacca de la batuta del director Anne comenzó el Allegro Moderato al mismo tiempo que Oscar tomaba protagonismo de aquella sinfonía.
- Cierto. No se puede amar demasiado, termina por quemarlo todo. También tengo mi historia no creas. Cada uno de mis libros es una historia con principio pero sin final. Tras cada libro hay una mujer y yo, yo y una historia mal terminada o no, no sé, nunca pude estar junto a una mujer que no amaba. Y no sé si acerté, porque mírame, soy el Dios de la Soledad entre tanta gente. Quizás debí aguantar no sé, simplemente viví, o intente vivir.
Esta vez el silencio se precipito, sin avisar lo ocupo todo, lo tapo todo, lo calló todo. Solo quedaban las miradas inertes de Oscar y Teresa.
- Algo intuí en Tratado de Soledad – Dijo Teresa e interrumpida de pronto por Oscar.
- Sí, me amo demasiado, demasiado y no lo vi, no quise verlo. Dejé pasar el amor de verdad e intenso por la puerta de mi vida; lo deje pasar y lo pague, supe en aquel instante que nunca lo volvería a sentir. Y así fue. Aún tengo frescas las lágrimas cada vez que intento recordar la última vez que la vi y no me acuerdo. Suicidio voluntario.
- Continúa por favor.
- No, no se puedes amar demasiado Teresa. En el amor hay que ser egoístas. Sacar, exprimir, pero no sucumbir, no dejarse morir. Pero, siempre me puede el amor Teresa, siempre sucumbo y muero. Creo resucitar, pero lo único que hago es sucumbir de modo más profundo. Y aquí yazco, enterrado entre estas paredes en un intento continuo de escribir no se qué cosa cada vez más alejado de mi. No sé, muchas veces grito socorro, pero nadie llega en mi ayuda.
- ¿Hoy ha llegado alguien no? – Interrumpió esta vez teresa.
- Sí es cierto, pero hoy no he gritado. – Contesto de inmediato Oscar
- Cierto. – Continuó Teresa. Cierto pero aquí estoy, soy lo único que tienes en este momento, ¿vas a dejarlo pasar también Oscar?
Sin el permiso de Oscar el iTunes salto, y las notas de la partita numero 1 de la suite inglesa para piano de Bach, otra vez Bach, otra vez una mujer, esta vez María João Pires.
- ¿A qué te refieres teresa?
- A la oportunidad de ser escuchado, no sé cuándo ni porqué escuche ese grito, pero lo escuche. Ahora sé que comenzaste a gritar al mismo tiempo que a escribir. No fuiste un escritor temprano, comenzaste tarde, de repente, de forma intuitiva, pero ya no paraste, y es que en realidad no escribes, gritas Oscar y cada día con más fuerza.
- Todo eso solo con Tratado se Soledad Teresa, si llegas a comentarlos todos terminas por desnudarme por completo, gracias a Dios que sólo ha sido un libro.
- Es que soy buena.
- No lo dudo.
- Y que más intuyes
- Intuir mucho, saber nada. Estas enamorado aun Oscar
- Lo afirmas o me preguntas
- Lo afirmo.
- Y ¿de quién?
- Tú lo sabes, nunca dejaste de amarla.
- No sé a quién te refieres. Si, estuve muy enamorado pero como té me quemé, terminó y nada pretendo recordar. ¿Estar aún enamorado? Quizás Teresa, quizás, pero se confunde en el recuerdo. Conoces ese poema que dice que los hombres nunca debieran tocar las estrellas sin quemarse, pues yo me he quemado muchas veces. Y cada quemadura me dejo recuerdo en el corazón pero no sé de quién estoy enamorado. Me gustaría volver a enamorarme, pero no sé.
- Si lo sabes Oscar me refiero a ella, nunca existió otra.
- Si quizás, quizás fuese eso lo que siempre me impidió darlo todo con nadie más, pero eso murió, y mi única duda es si no me maté yo en ese momento. Si desde entonces solo consigo sobrevivir de espaldas al amor. No Teresa no, de forma definitiva no podemos amar demasiado, no solo quema, mata.
Federico Mompou con su Afflitto e penoso de Música callada irrumpió de repente en la conversación, Piano suave, apenas apreciable pero de intensa y profunda. Momento de silencio, en el que Teresa se levantó por primera vez del sofá, se acerco a la ventana y comentó: parece que la tormenta comienza a amainar. Palabras que provocaron una tormenta de pensamiento en Oscar, no había caído, se había olvidado que Teresa había llegado con la lluvia y con la lluvia se marcharía.

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