viernes, 13 de marzo de 2009

ACTO TERCERO

Por el único hueco, entre las rendijas de madera de las ventanas del dormitorio, se coló, de forma inesperada, un haz de luz plata, hija de la luna llena que, ocultada por las nubes de la persistente tormenta, conseguía llegar hasta las sábanas de la cama. Comenzó con un leve roce sobre sus pelos, avanzó de forma lenta por su espalda hasta conseguir llegar hasta el otro extremo de la habitación. Oscar alargo su dedo sobre la línea de luz en su cabeza y comenzó a recorrerlo hasta donde le alcanzo el brazo, justo donde la línea perdía contacto con la piel de Teresa que dormía de forma profunda.
Por la puerta entre abierta llegaba, ahora de forma clara, le música que el iTunes, ya danzando a su antojo saltaba de tema en tema de modo aleatorio.

ACTO SEGUNDO

Las primeras notas de la Pasión según San Mateo de Bach, rescataron a Oscar de ese pensamiento inesperado, de esa sensación repentina de miedo a la soledad. A encontrarse de nuevo solo con sus hojas en blanco, sus libros y los recuerdos que lo mantenían en aquel auto secuestro elegido.
- Sabes Teresa, La Pasión suena muy distinta según quién la intérprete. Escuche muchas versiones antes de decidirme por esta. Me gusta su tiempo calmo, la tranquilidad con la que se recorren todos sus compases, sin tiempo, sin prisas, para exprimir cada una de sus notas. Cristo va a morir, hay que recrear el acto, da la vida por nosotros, por la salvación de las almas, y ese acto supremo no puede ser baladí, debe ser extenso, y Karl Richte con el Münchener Bach-Orchester y el Münchener Bach-Chor lo bordan. Cierra los ojos y disfruta un momento de su primer coro de obertura.
El silencio producido tras los 11:05 minutos de los coros iniciales Kommt, ihr Töchter, helft mir klagen, fue aprovechado por Teresa.
- Es precioso Oscar
- Si, en efecto, en esta versión se nota la disposición de las orquestas, los coros, la colocación de los instrumentos barrocos, de los solistas y el tiempo lento, lento, da tiempo a recrear y escuchar a cada unos de los instrumentos, de los solistas, no me canso de escucharla. Me ayuda a escribir. En cierto modo me eleva.
- ¿Eres creyente Oscar?
- No lo sé en serio. No creo en ese Dios rígido, vengativo que tanto miedo nos daba. Creo eso sí, en la energía y en qué o quién creo esta energía que nace, crece, se desarrolla, muere y se transforma. Si a eso queremos denominarlo Dios, vale, creo en Dios. No sé si Bach creía en ese Dios, no lo sé, pero en lo que creyera, creía mucho y eso se siente en cada una de sus notas. ¿Has leído un libro magistral sobre la vida de Bach escrito por su mujer?
- No, ni idea
- Pequeña crónica de Ana María Magdalena Bach. Un verdadero derroche de pasión, amor, admiración y devoción. Lo tengo por ahí. Siempre intente encontrar a mi Ana María pero esa fue para Bach, se la merecía, bueno le hizo 20 hijos, componía y le hacía el amor a Ana María, y así cualquiera.
- ¿20 hijos?
- Si, y uno solo creo que Christian fue músico, bueno por cierto.
- Siempre estás aquí Oscar, no sales – Pregunto Teresa en el intento de romper con la ya algo cansina conversación sobre Bach.
- La verdad Teresa es que salgo cada vez menos. Creo que me estoy haciendo ermitaño con lo que yo salía y me gustaba la calle, pero, me he ido alejando de todo, de la gente, de los amigos, del sexo, del amor, de todo y no sé bien la verdadera razón de todo ello.
- ¿Miedo Oscar?
- ¿Miedo? Quizás Teresa, he sufrido y he hecho sufrir. Mi corazón cuando se enamora late con demasiada fuerza y no se controlarlo. Hace daño y no me entra más daño. Sabes estoy loco por volver a recuperar la sonrisa, estoy vacío de tantas lágrimas perdidas. No quiero derramar ni una más, no me quedan y me duele cada una de ellas. No quiero y huyo y me refugio, y no quiero morir aun, pero muero y esta Pasión que ahora escuchamos es mi réquiem si más.
En esos momentos La Pasión se hizo dueña del espacio. El Mache dich, mein Herze, rein, comenzaba a tomar protagonismo. Oscar callo, hizo un gesto de silencio, cerró los ojos al mismo tiempo que sus manos marcaban el compás de cada una de sus notas. Teresa miraba con cara de ternura, al mismo tiempo que una leva lágrima caía de sus ojos.
- Teresa ¿Y esa lágrima?
- ¿Qué lagrima Oscar?
- Una que se ha extraviado en tu mejilla.
- ¡Ha¡, no Oscar es un poco de polvo, solo eso.
- Ya, me imagino. Disculpa Teresa llevas razón me comen los acararos en esta estancia tan rancia y cargada de tristeza, debe haber polvo por todos lados.
- ¿Te estoy provocando pena Teresa? – Interrogó con gesto inerte, prólogo de tristeza.
- No ¿Por qué piensas eso Oscar?
- No sé, esa lágrima delatora de polvo
- No Oscar no era de polvo, tampoco de tristeza, ni mucho menos de compasión ni pena. No era una lágrima por ti, era, es – mientras otra lágrima cobraba vida en el borde de su mirada – por mí. Sabes Oscar yo también soy hacedora de lágrimas añejas, de las que salen sin control alguno. ¿Cómo evitarlo Oscar? ¿Cómo evitar se poseída por esa sensación de sentimientos acumulados? Fábrica de lágrimas no deseadas.
- Fábrica de lágrimas no deseadas, bonita frase Teresa, tan expresiva. ¿Has pensado alguna vez en sentarte a escribir?
- Si alguna vez he juntado algunas palabras, como tú dices. Pero nada serio. Algún día te enviaré si me permites alguna cosilla a ver qué te parece.
- Alguna vez Teresa, no. Ahora mismo. Cuéntame, ¿qué es lo último que has escrito?
- Un relato muy breve inspirado en un sueño perdido entre las arenas de algún desierto lejano y seco, pero con vida, que contiene el sentido de mi corazón. Eso sí muy breve. Lo llevo ¿aquí quieres leerlo?
- Por supuesto ¿lo leo o me lo lees?
- No por favor leo fatal lee tú en silencio.
Teresa saco de su mochila un cuaderno de viaje algo envejecido, no mucho, más envejecido por el uso que por el tiempo, se lo pasó a Oscar, que lo tomo en sus manos con todo cuidado. Lo deposito en su mensa, se dirigió a por mas té, regreso, se sentó, lo cogió de nuevo, lo abrió y comenzó a leer, al mismo tiempo que el movimiento Lent Et Douloureux de Gymnopédies de Satie relevaba a la Pasión, nunca más a tiempo, música complice siempre.
Cinco altos minaretes rojos oraron a las cinco, y una estrella fugaz cruzó el cielo de lado a lado. Dejó su rastro reflejado en el agua, e impulsado por el viento sur del sur, más allá de donde nacen las olas, cruzó el horizonte en tu busca.
A ella siguió un ejército de ángeles listos para el combate diario, y enfrentarse a la mediocridad imperante en los corazones de los que, lejos del país de la fantasía, vagan por el desierto de la desesperanza.
No encontraron al guía de los caminos sin límites, cuando, apenas en un instante perdido, los pensamientos regresaron a la memoria inerte de los sin rumbo, y al final, justo al borde de la mirada, donde horizonte y mar unen su piel, surgió la leve luz del amanecer, y con ella, el Este.
Aposentaron los ángeles sus alas en mágicas alhaimas de bronce que reflejaron cada rayo de luz al otro extremo del universo, faro interminable, faro inagotable de esperanzas. ¿Cómo buscar almas perdidas en un desierto sin sombras?, ¿Cómo guiar los pasos por donde las huellas desaparecen solo con pensarlas?..., si al levantar el vuelo, cielo y tierra, tierra y mar se funden en las retinas, y el intuido giro del mundo acompasa el ritmo al tempo lento del larghetto de Mahler, y con él, de nuevo nos perdemos. Laberinto sin salida.
Doce caravanas marcaron violentas los suaves perfiles de las doradas dunas. En cada pisada, brutal atentado, se desgranaron a la fuerza el millón de granos de arena sujetos por el tiempo, roto en un instante sordo de dolor, separación forzosa que marcó el regreso a la realidad.
De nuevo la noche. El Oeste marcado en la genética del vuelo. Las estrellas ruborizadas de amor contenido, testigos únicas de mi búsqueda, alumbraron alineadas el camino. Los ángeles diurnos, cansados del inútil vuelo, plegaron sus alas, y en su interior, útero de sueños postergados, intentaron continuar el vuelo en sueños inagotables, mientras, pie a suelo, sintiendo en cada pisada la cálida piel del desierto, reiniciamos el camino que marcan las estrellas, planetas, luceros y la intuición del pronto reencuentro.
Sueño inalterable. ¿Cómo no soñar si el camino pierde la razón del viajero?. Jarret siempre aparece sentada en el centro de su jardín, rodeada del inagotable ruido del agua que fluye, misterios de la geometría perfecta. El horizonte teñido de azul añil, marcaba los distintos rumbos, los distintos caminos..., ¿quién se atreve a marcar un destino?. ¿Cómo jugar con los úlemas de la verdad o la mentira, cuando apenas marcamos un instante la mirada, ante la mirada esquiva que comparte vida, cuero y cronología?.
No fue ninguna estrella fugaz. No fue ningún ángel alado. No fue ningún punto cardinal; tampoco ningún astro, ni viento, ni marea. Fue una gaviota que cambio sus alas por aletas, y convertido en delfín, quien te vio naufraga entre las desatadas tormentas de la vida. Pobre delfín volvió a cambiar aletas por alas, mar por aire para avisar de tu naufragio. Llegar hasta ti, reflejar mi mirada en tu mirada, y descubrir que el perdido, el naufrago, el desamparado entre los mediocres..., era yo. Hizo caer los altos minaretes rojos, y llegar hasta mis oídos el verdadero sonido de la libertad secuestrada por tanta soledad.
De la gaviota nunca más supe, solo algunos extraños relatos de gaviotas y delfines, que fundieron sus destinos más allá del horizonte, donde nacen las olas, donde renacen las esperanzas.
Satie continuaba con la Gymnopédies. Oscar dejó la libreta de nuevo sobre la mesa. Se recostó sobre el sillón y en un gesto mil veces estudiado, se aparto el espeso pelo que siempre le acompaño, y que siempre le había ayudado a secuestrar años al tiempo y a la juventud, tomó entre sus manos las gafas, se las puso y miró a Teresa que no había apartado la vista de Oscar ni un solo instante.

- Bueno Oscar, dime algo.
- Bueno, Teresa bueno, me lo imaginaba. Sensual, muy colorista y mágico. Me gusta en serio Teresa me gusta.
- Lo escribí de un tirón, inspirado ya sabes en pleno desierto, pero ese desierto imaginario donde nos gustaría perdernos, y donde suceden aquellas cosas mágicas que siempre nos hubiese gustado que saltaran de la fantasía a la realidad. Una pequeña locura de sueño, pero mientras lo escribía escape.
- Sé de qué me hablas, llevo años escapando, y sueño que algún día todo alguno de mis personajes se hagan realidad.
- Sobre todo ella. – apuntillo Teresa
- Y dale, que no se. Mira Teresa hay cosas que no tienen retorno, no todas, es cierto, pero por lo general, las cosas cuando terminan mejor no removerlas. Si se remueven, pueden terminar por romper el encanto del recuerdo. Por el contrario hay otras que te dejan tan mal sabor que siempre estarán ahí y más tarde o más temprano terminan por darse esa oportunidad que se negaron entonces. Sabes, una amiga mía, me dijo que al final de todo lo único que podemos aspirar es a ser compañeros de un trecho de nuestras vidas, y a lo máximo que podemos hacer es intentar que ese trecho sea largo y placentero, pero que más tarde o más temprano, dividiremos nuestros caminos. La pregunta cuando se termina una relación no es si debía terminarse o no, o quién es el culpable, sino si era el momento o no.
- Curiosa apreciación, interesante sí. Me explicaría muchas cosas. Por un momento pensé que te habías comenzado a ser Budista.
- No sólo intento buscar explicación a lo que no lo tiene. Huir hacia ninguna parte, sin ningún rumbo y esperar a que alguna luz, de algún faro perdido me indique el camino de regreso a casa. De forma definitiva estoy perdido.
- A veces, solo a veces Oscar, para ver la luz del faro hay que mirar. ¿Tú miras?
- Si miro sí, lo que ocurre es que a lo mejor no quiero ver, y ahí es donde me pierdo. Me pierdo una y otra vez. No encuentro el modo. Navego bajo el influjo de las mareas, de los vientos, de las corrientes. El rumbo se me resiste. Osa polar errante. Enjambre de estrellas en retirada. Océano embravecido que se me resiste. Faro lejano que indica el camino seguro y claro que no logro ver. Equivoco una y otra vez el derrotero, he perdido el compás y sextante. Naufrago extremo suplico: lanza tu luz con más fuerza, indícame el rumbo seguro a casa, larga un cabo largo y fuerte, amárrame a tu vida. NO ME SUELTES
- ¿Qué es eso?
- ¿No lo conoces?, No me has estudiado lo suficiente. Es de mi libro por escrito, libro difícil, etapa difícil, pero que al final todo termino bien.
- ¿Otra mujer Oscar?,
- Sí, teresa otra, aun sin resolver
- ¿Aún latente?
- Sí, aún late sin solución. Historia aún sin terminar, que se resiste a morir en mi interior, aún no se teresa, no sé. ¿Quieres una copa Teresa?
- Si, es el momento.
- Con una condición teresa. No mirar la ventana.
- Já Já Já. De acuerdo Oscar pero en algún momento dejara de llover.
En algún momento Teresa, en algún momento exclamo con mirada pícara Oscar mientras se levantaba en dirección al piano convertido en mueble bar. Abrió la tapa del piano y allí tenía las botellas del alcohol y los vasos de cristal, de distinto tamaño, le gustaba cada vaso para cada cosa. Tomó en sus manos una botella de Ron añejo Legendario al tiempo que preguntaba a Teresa
- ¿Disculpa Ron Whisky Gin?
- Ron Oscar igual que tú pero sin demasiado hielo por favor.
Continuó poniendo hielo en el vaso bajo, tres hielos puso exactamente, un poco de jugo de naranja, miel de caña, un poco de esencia de la cascara de la naranja, y coca-cola. Después continuó con el suyo, llenó el vaso de hielo, un poco de jugo y mucha esencia de naranja. Cogió un vaso en cada mano y se adelantó hacia Teresa. Le extendió el brazo y Teresa lo cogió con cuidado.
- ¿Te gusta Sting Teresa?
- Sí mucho, pero que cambio Oscar.
- Bueno es de mi quinta y gran músico. ¿Sabías que ha colaborado con muchos músicos clásicos. Que incluso tiene una Ópera?
- No la verdad.
- Sí, bueno no exactamente una Ópera pero si un ensayo, se llama Welcome to the Voice, intervienen Antoine Quessada, Marc Ribot, Ned Rothenberg, Steve Nieve, The Brodsky Quartet y Sting. Espera te lo voy a poner y rompemos un poco el ritmo de la música, quizás con ella el ritmo de nuestra conversación.
Con las primeras notas de Welcome to the Voice se rompió el ambiente: Sting y copa de Ron en la mano, cambio inesperado. Oscar llevaba mucho tiempo sin ese espíritu que siempre le ayudo a volar.
- ¿Te gusta navegar Teresa?
- Alguna vez lo hice pero no me entusiasmo como para repetir la verdad.
- Eso es que no has navegado de verdad. Para mi es mi vida y hasta eso he dejado. Recuerdo a cada instante la compañía de los delfines. No sé como soy capaz de vivir sin el olor de la mar. La necesito y sin embargo, a pesar de llevar su sal impregnada en el recuerdo, no soy capaz de moverme de aquí.
- ¿Desde cuándo no navegas Oscar?
- Ni me acuerdo, pero eso, como sabes es como montar en bicicleta, nunca se olvida.
- ¿Me llevarías Oscar?
El silencio se hizo presente, Oscar cambio el semblante de su rostro, y el recuerdo lejano de un viaje desde el Puerto de Santa María en la bahía de Cádiz se apropió de su memoria.
- Un día me atreví Teresa, un día me atreví. Y me supero.
- ¿Sólo te has atrevido una vez?
- Sí, solo una vez, locura que termino en una locura aún mayor, pero que nunca olvidaré. ¿te vendrías conmigo teresa?
- ¿Dónde Oscar?
- A darle la vuelta al mundo.
- ¡Hummm! sugerente Oscar, pero debo terminar filología
- Y yo de resucitar.
La lluvia persiste, parecía que lo hacía con más fuerza, cómplice del tiempo y de Oscar con su barita mágica, el fuego latía con más fuerza alimentado con más leña seca, el ambiente se relajaba, ya no eran dos extraños, empezaban a ser rostros conocidos. Sting seguí con su magistral obra, mientras las hojas de las jacaranda continuaban tintando de azul eléctrico los cristales de las ya prohibidas ventanas.
- Quiero escapar de aquí Teresa. Huy de la memoria que me persigue. Me gustaría sumergirme en el Jordán y renacer. Pero, eso no es posible, y el renacer sólo está en mí. Quizás Teresa, tenga que salir de aquí, pero no sé porqué, dejo pasar el tiempo en este sarcófago a destiempo y no sé, no me atrevo a cruzar el umbral de esa cancela al final de las Jacarandas. Tengo miedo a seguir viviendo, y sin embargo más miedo aún a no hacerlo, y entre una meditación y otra, pasa mi vida, los papeles cada vez más en blanco, y ms neuronas más gastadas.
- Oscar, ¿Por qué no me llevas a navegar unos días, no hace falta dar la vuelta al mundo? – respondió Teresa
- No lo he pensado Teresa, pero podría ser, ¿te importaría?, ¿te gustaría navegar unos días con este aprendiz de todo?
- Porqué no, así podríamos dejar la lluvia pasar.
- Dejar la lluvia pasar. Si teresa la lluvia marca nuestro tiempo ¿no? Ella te trajo, ella te llevará, y aquí quedaré yo empapado de ti, con mis recuerdos removidos y quizás mis ansias a flor de piel.
- ¡Oscar¡ Para. Sabes yo también estoy aquí. No me trajo la lluvia, y mucho menos me llevara. Si es cierta la causa lluvia, pero es un detonante no un condicionante. Soy, somos dueños de nuestro tiempo y deje de llover o no, el tiempo seguirá a nuestra disposición. La vida nos pone a veces los detonantes para que los explotemos, no para que los pasemos dejar pasar Oscar. Estoy aquí, y depende de mí, de ti, qué ocurrirá el próximo minuto, la próxima hora, día mes o vida. La lluvia es solo el ruido de fondo, el decorado de esta obra de teatro que parce esta noche. No marca el ritmo de este encuentro. Yo estoy bien.
- Ya lo sé Teresa. Somos la maquinaria que mueve el tiempo. Porque el tiempo que disponemos de vida, es nuestra vida y nuestro tiempo. No disponemos de más. Mal invento el reloj que nos robo el libre ritmo de vida, que nos robo la posibilidad de sentir cómo pasa este sin la sensación que nos queda menos por vivir. Que hace que todos sintamos el mismo tiempo, el mismo ritmo. Tiremos los relojes al fuego, se acabó contar el tiempo.
Teresa se quitó el reloj de la muñeca, lo miró, y de un movimiento rápido, fugaz e instintivo lo arrojo a fuego de la chimenea. Oscar la miró fijamente a los ojos
- ¿Qué haces teresa?
- Hacer realidad el pensamiento, ¿y tú No lo arrojas?
- Allá va.
Oscar miró ese reloj que tantos años le había marcado el tiempo de su vida, del qué quizás había sido tan esclavo, pero que poseía todo el tiempo del que huía. Lo saco de su muñeca, lo beso y lo arrojo al fuego. Sting continuaba llenando aquel escenario de aquella improvisada obra sin saber aun si tragedia o comedia.
El silencio se apoderó del momento. Por primera vez las notas de silencio se apoderaron del espacio. El iTunes había dejado de sonar, y el sonido del fuego consumiendo aquellas maquinas del tiempo recién arrojadas al fuego, las Jacarandas volando al socaire del viento, la lluvia contra los cristales, se imponían como instrumentos solistas, verdadera sinfonía mágica e improvisada.
- ¿No vas a poner música Oscar?
- No, Teresa dejemos que por un instante el sonido natural interprete a su antojo, improvise como quiera.
- Entonces callemos también nosotros un tiempo.

Pasaron unos segundo, minutos que parecían interminables, la mano de Teresa descansaba a apenas unos centímetros de la de Oscar, sin atreverse Teresa a moverla, quizás duda, y Oscar, sin duda a no suicidar aquel momento ya mágico para él. Qué largo es el tiempo cuando impera el silencio. Oscar no podía aguantar aquel silencio, a cada instante que pasaba se le pasaba el tiempo de Teresa, una cosa es ser dueños del tiempo y otra dejar que se escape entre los dedos. Ambos había acordado no mirar a la ventana, no mirar el reloj, pero sin embargo, ambos sabían, intuían que seguían presos del mismo. Oscar se levantó, y se dirigió a la pequeña barra de bar que formaba ya casi parte de sus manos. Sin preguntar nada, comenzó a poner otra copa. Teresa abrió los ojos y rompió el silencio.
- Los preparas bien Oscar.
- Si me lo enseñó un buen amigo que aún me enseña mucho del buen oficio de la hostelería.
- Buen amigo sí señor, esos son los que te enseñan sí. Pocos hay de esos.
Aaron Copland regreso a la vida al aparato que parecía haber permanecido en parada cardiaca, y como de un chispazo de vida comenzó de nuevo con su obra Fanfare for the Common Man.
- Eso me es my conocido. – interrumpió Teresa.
- Sí, fanfarria para el hombre común de Copland, es considerado casi el segundo himno de los Estados Unidos por su significación. Te resulta tan conocido porque es muy utilizado para los momentos solemnes en las películas Made in Hollywood, en aquello que se quiere resaltar los valores del hombre de la calle tan dignificado, admirado, utilizado y olvidado al mismo tiempo por la Administración Americana. Si muy escuchado.
- No lo sabía, pero ahora que me lo dices es verdad es siempre en esas películas donde la escucho.
- Si utilizan mucha obra clásica, de podría hacer, es mas existen numerosas recopilaciones de música clásica para películas que se venden bien y ayudan a recodar películas como a conocer más de cerca la música clásica.
- Ya me pasaras algunos.
- Los que quieras.
- Desde cuando te gusta la música clásica Oscar.
- Pues mira Teresa, desde pequeño. Tenía un Tío, hermano de mi madre al que quería mucho que de pequeño me lo escuchaba ensayar canto junto a su gran amigo y buen músico que le acompañaba al piano. En aquel piano comencé a aporrear teclas por llamarlo de algún modo, hasta que llegaban y me quitaban de allí. De ahí pasé al coro del colegio. Sabes quizás aquel del colegio fue mi primer amor imposible, inalcanzable.
- Otro Oscar. O el primero. ? – corto de forma radical Teresa.
- Bueno Teresa, pudiera parecer pretencioso, pero si, desde pequeño fui enamoradizo, y bien que me trajo problemas, pero cada uno es como es y no es tiempo este de rectificar, además tampoco se puedo solo intentar no olvidar y llevarlo en el recuerdo.
- Perdona Oscar, por favor continúa.
- Nada si fue una chiquillería cualquiera. Un domingo que me dio, cosa extraña por ir al cine del colegio y allí la encontré a la puerta de la Capilla dispuesta a asistir a Misa. Me esperé, entre, me situé dos bancos por detrás y me pase toda, nunca mejor dicho Santa Misa, intentando mirar y conseguir ver su rostro, pero solo al final lo conseguí. No te digo más, a partir de aquel momento todos los domingos a Misa, hasta que un amigo, me comentó que mejor en el Coro del colegio que aquello impresionaba y que bueno. Pues allí me tienes, en el Coro, no sé como pase el examen pero lo pase. Cosa distinta el resultado como voz, después de la primera Misa, el padre prefirió invitarme a ayudarle a pasar las páginas de la partitura y dejar así al Coro de mi inigualable voz, para mejor afinación del mismo y descanso de los oídos de los feligreses.
- Ja, ja, ja. Lo que se hace por amor verdad Oscar. ¿La conseguiste?
- Nunca, ni me dirigió la vista ni menos la palabra, pero debo agradecerle mi amor a la música que desde entonces no ha cesado. Lo que más me entristece es que nunca podre agradecérselo. Quizás fue su primera estrella en mirarla y no lo sabe, ni quizás ya lo sepa nunca.
- Primera estrella en mirarla Oscar.
- Sí. Creo que todos tenemos una estrella que nos mira, y que está enamorada de nosotros, nos cuida y nos mima, pero no la vemos, siempre fijamos la vista en la estrella equivocada. ¿Por qué siempre nos enamoramos de las personas que nos hacen sufrir? ¿De aquellas que menos caso nos hacen y más se alejan de nuestra felicidad? ¿Por qué dejamos de lado a aquella que nos mira, nos hace feliz a su lado? Misterios de amor. Nunca encontré a la estrella que me mira, y aún suspira por una mirada mía, pero no sé donde está, no sé quién es. Nos haríamos los seres más felices del universo.
- ¿Seré yo Oscar? ¿Serás tú la estrella que me mira?
- No has aparecido en una noche de estrellas Teresa. Quizás hayas caído por error creyendo ver en mis ojos esa estrella que te miraba. ¿Dejas que te toque Teresa?
- Claro
La mano de Oscar avanzo hacia el rostro de Teresa y le paso de forma suave su mano por la mejilla.
- No quemas Teresa.
- ¿Cómo?
- Sí, que no me he quemado. Conoces mi poema estrellas.
- Ah! Si, de Malagacalpuco, sí. Quisiera tocar una estrella sin quemarme.
- Si esa.
- Si nunca lo entendí bien sabes.

Quisiera tocar una estrella sin quemarme,
hacerla mía, arrastrarla más allá del horizonte,
donde sólo existe el caos,
donde los hombres pierden sus nombres.
Quisiera tocar una estrella sin quemarme,
cogerla de su brazo de bronce hasta fundirlo en su halo incandescente. Navegar perdidos en el Universo prohibido.
Hacerla mía más allá del ansia posible.
Gustar el sabor de sus sueños.
Impregnarme en su polen de eternidad calcinante.
Hablar con los ángeles cara a cara.
Quisiera tocar una estrella sin quemarme,
pero quizás nunca debiera,
pero quizás los hombres nunca debieran.

- Fácil si te digo que las estrellas sois vosotras las mujeres. Es un poema en contestación a otro de una buena amiga mía poeta, muchísimo mejor poeta que yo, mucho más sin dura, y le conteste con este poema.
- Me gusta. ¿Y dices que no te has quemado al tocarme Oscar?
- No. No me he quemado, que significará Teresa. – Respondió Oscar con mirada pícara.
- Si tenemos en cuenta que no soy una estrella, y menos aún quemo, pues solo puede significar que me has tocado y no has sentido nada. Ni te has inmutado. ¿Miedo a sentir o a quemarte? Porque a lo mejor tus estrellas solo queman cuando hay sentimientos por medio.
- No lo había pensado Teresa, quizás, pero sólo quizás.

La música de César Franck comenzó a tomar el protagonismo del espacio de forma lenta, tal como las primeras notas del lento de su maravilla de sinfonía en re menor tomaban fuerza. Oscar relleno los vasos y se sentó junto a Teresa, ya con casi absoluta naturalidad. La música continuaba siendo la protagonista.
- Sabes Teresa hay un poema, bueno una “Moaxaja” de Abu Isa Ibn Labbum, Señor de Murviedro, poeta del siglo XI que dice:

¡Ay, amor, ven,
Si no quieres que muera!
Vénme a besar:
No te hará un beso daño,
mientras que a mí
tornaríame sano.

- Los besos no hacen daño, sanan, y sobre todo, no queman. ¿Por qué Teresa somos tan rácanos a la hora de besar? Es cierto que cada beso tiene un significado, según a quién, cuando, en qué momento o lugar, pero Teresa, ¿quién ordena el momento o el significado?.
- ¿Quieres que te bese Oscar?
El tiempo se detuvo, la música de Frank desapareció de la escena, y nada más existía que la mirada cruzada de ambos. Instantes lentos e interminables hasta que Teresa adelanto sus manos a sus labios, tomo la cabeza de Oscar y la atrajo hacia ella hasta el instante en el que sus labios se acariciaron.

Siempre nos arrastra la marea.
Sin posibilidad de huída, los pies son secuestrados por la arena,
olas amantes que siempre regresan por sus presas, ya inertes.
Huída silenciosa, acaso clandestina en su objetivo relleno de horas muertas.
En la orilla espero mi destino y, observo, lejana luz al alba,
la ola asesina que termine con mis días.
Recuerdos en grises claros y oscuros,
colores olvidados, desgastados de Sol ,
memoria mantenida por una leve esperanza.
Mis pies continúan presos de los granos de arena húmeda.
La luna ya huye.
Preámbulo del fin esperado,
Ola amante que me atrapa, arrastra y posee.
Más allá de lo esperado,
de nuevo me engendra en su útero de esperanzas.
Comienza una nueva vida,
un nuevo retorno donde al fin,
siempre nos arrastra la marea.

- Digno poema para un beso Oscar. – Suspiro Teresa tras separar sus labios, justo antes de cambiar el sentido del mismo. ¿Cómo has podido recitarlo mientras te besaba?.
- Técnica y experiencia Teresa, y mucho sentimiento. Es mi último poema.
- Hummm, Oscar, cuando quieras repetimos pero sabes que ya no voy a poder besarte sin un poema a cambio. ¿Qué significa este?
- Es sólo un grito de vida en plena renovación, que no debemos tener miedo a perder algo, pues siempre las olas, aunque se lo lleva en su huída, siempre te lo renueva en su regreso.
- Si, a veces creo que son las mareas quienes deciden y marcan el ritmo de nuestras vidas. Al fin agua somos, y se nos va con la vida. Dicen que polvo somos, pero creo que somos agua, y solo cuando esta nos abandona con la vida, queda el polvo.
- Pues sí. – Respondió Teresa, con un tono de voz distinto indicativo de cambio de ritmo de la conversación. Tengo hambre Oscar, no tendrás algo que picar no, que con tanto alcohol.
- Perdona Teresa, soy un mal educado, llevas toda la razón, que te apetece.
- No sé sorpréndeme. ¿Te gusta la cocina Oscar?
- Sí, me apasiona. Hagamos un trato mientras preparo algo, pones tú la mesa, eso sí, por favor, de forma que haga honor a esta noche. En esos cajones lo tienes todo.
- Vale Oscar.
- Bueno Teresa, después de deliberar conmigo mismo, voy a preparar una receta que tengo copiada de un hermano mío, muy apropiada para esta noche, y es un poco en broma, pero con segundas. Se llama de forma coloquial “fideos erectus”
- ¿Cómo dices Oscar? Fideos erectus. . . . . – Respondió Teresa al mismo tiempo que soltaba una fuerte carcajada.
- Si, vamos a ver. Tengo aquí congelado un buen caldo de pescado de roca, que me sobro de la última paella, lo vamos a usar hoy. Se pone en la paellera un poco de aceite y lo calentamos a fuego lento con unos ajos cortados finos, par que el aceite valla tomando el sabor. Éste se retira cuando empiece a oscurecer para no dejar sabor a quemadillo. Este es el momento de poner el fideo fino, cabello de ángel, y se rehoga lento hasta que lo veamos dorarse. A continuación se pone el caldo de pescado y las almejas. Se deja cocer a fuego muy lento y…, sorpresa, momento mágico y erótico, sí erótico en extremo, cuando justo…, bueno quizás mejor lo veamos cuando suceda. ¿Cómo vas con la mesa?.
- Bien, pero quiero ver ese momento cumbre. Ni se te ocurra hacerlo si mi.
Un poco de Jazz de Wynton Marsalis terminó de cambiar el ritmo de la noche que había tornado hacía derroteros nada seguros. Oscar abrió una botella de las bodegas de F. Schatz de la serranía de Ronda mientras continuaba con la elaboración de sus Fiedeos erectus.
- Este vino lo conocí por casualidad en un Restaurante de Málaga, y desde entonces intento tenerlo en casa. No es fácil la verdad, pero me gusta en ocasiones. Tiene una variedad Lemberger, desconocida para mí, pero que me terminó por enamorar. Trece meses de crianza sur lie con batonnage – comentaba Oscar con las patillas de las gafas entre sus dientes – en barricas nuevas de roble francés (Tronçais, Allier).
- ¿Te lo sabes de memoria? – Preguntó Teresa que continuaba mientras alineaba las copas con precisa exactitud.
- No. Como ves sólo leo la etiqueta, qué más quisiera yo saberme esos detalles de memoria. No. Lo poco que conozco de vinos se lo debo a mi buen amigo y mejor restaurador Luis; pero no, no llego a esos extremos solo soy capaz de diferenciar el si me gusta o no, y este me gusta para lo que vamos a cenar. Por cierto Teresa, vente para acá que estamos a punto.
En esos momentos las almejas comenzaban a abrirse, al mismo tiempo que los fideos iban elevando sus puntas hacia arriba. Todo un espectáculo pleno de erotismo. La vista del plato con todas las almejas abiertas y los fideos erectus apuntando sus extremos hacia el aire. Teresa soltó una amplia carcajada.
- Desde luego Oscar pocas veces ha recibido plato nombre mejor puesto.
- Lo importante es que te guste más que la propia terminación o presentación, así pues, sentémonos a la mesa que esto se enfría.
Ambos se sentaron a ambas partes de la mesa. Mantel de color verde muy pastel con adornos blancos bordados. Solo dos velas de color naranja alumbraban en esos momentos la mesa y el salón que continuaba con la música de Marsalis. Oscar se levanto, se dirigió al iTunes y cambió de tema. Gustav Mahler y su Urlicht de la 2ª sinfonía retomo el ambiente calmo para continuar con la conversación.
- ¿Crees que las cosas se pueden arreglar? ¿Qué podemos parar el mundo, volver atrás, al mismo cruce de camino donde nos equivocamos y coger el correcto? – Se cuestionó Oscar a sí mismo.
- Creo que tenemos el poder de hacer y deshacer, que somos dueños de nuestras vidas. Sí, creo que podemos regresar y comenzar sí, lo que ocurre es que nos falta el valor para hacerlo.
- ¿Valor para qué?
- Para extrañar, regresar, y comenzar de nuevo sin miedos a uno mismo, a los demás. Para eso hace falta mucho valor Oscar.
- Equivocarse, acertar, equivocarse, acertar. Pero sabes Teresa, mientras, pasa el tiempo, y éste, es el que termina por dominarnos y nos mata. De forma definitiva el tiempo se me escapa entre los dedos. Tengo por ahí, en unos de mis primeros libros una reflexión que creo que dice más o menos: esos mismos huesos que años atrás traté de resaltar, intento vano de delgadez cursi a contratiempo, hoy comienzan a pegarse a mi desgastada piel. Sí, han transcurrido los suficientes años. De modo absoluto, rotundo, mi piel comienza a perder la última y más importante batalla. Pero ya, después de lo pasado, nada me queda por hacer, sólo intentar que en este último trecho de la vida, la derrota sea, al menos, digna.
- ¿De verdad te sientes así? Es trágico, derrotista, entreguista y patético. ¿Cuántos años hay que tener para sentirse así? Lo digo para suicidarme antes.
- No, lo que quiero decir es que a veces no somos consciente de lo deprisa que se nos escapa el tiempo entre los dedos. Además, no sé porque extraña razón, existe una mágica proporción inversa, a cuanto más años cumples, más rápido pasa el tiempo, terrorífico. Que no podemos desaprovechar el tiempo, al menos yo, a ti te queda mucha vida por vivir.
- ¿Estás en momento depresivo?
- No sólo algo melancólico. Intenta comprender Teresa, te veo ahí en frente, tan joven, llena de energía, vitalidad, inteligencia, tan inalcanzable Teresa. En estos momentos sólo soy capaz de reflejar en ti, mi propia impotencia, inalcanzable fruta a la que no llego.
- ¿Me estás llamando fruta? ¿inalcanzable? Pero que derrotista estas, o ¿acaso estás utilizando la táctica del victimismo? Porque ni te creo derrotado ni incapaz de alcanzar aquello que desees.
- Mucha con confianza tienes tú en tu escritor favorito.
- Pero que… ¿quién te ha dicho a ti que eres mi escritor favorito?
- Ah! ¿No lo soy?, que desilusión. Después, no entiendes el porqué me siento así. Bueno ya puestos háblame de tus escritores.
- Antonio Prieto en su libro “La desatada historia del caballero Palmaverde” es uno de los preferidos, pero gente como Miguel Delibes, Torrente Ballester, pero vamos me quedo con el grande con D. Miguel de Cervantes, el inigualable, no podemos perder las referencias.
- Buena reflexión. Es verdad no debemos perderlas. Siempre he mantenido que está bien investigar, pero con un pie siempre puesto en algún lugar estable y seguro donde regresar después de esos viajes de investigación. No podemos ir por ahí escribiendo solo tonterías sin volver la vista atrás porque perdemos el horizonte. Pero, ¿qué lees más narrativa, novela, poesía…?
- Lo que más, ensayo y poesía me encanta Fernando Pessoa.
- En serio, le debo tanto.
- ¿A Pessoa?
- Pasé la noche entera sin dormir viendo, si espacio, la figura de ella… ¿Lo conoces? Amar es pensar…
- Y casi me olvido de sentir tan sólo por pensarla – Continuó Teresa el poema de Pessoa. Sí, y estoy de acuerdo, casi mejor no pensar para no amar, pero que triste no Oscar. Preferir no amar, resistirnos a amar. ¿Por qué, después de un desengaño, nos negamos la oportunidad de amar de nuevo? ¿Por qué ese miedo a pensar, a amar? Cuando el daño no nos lo hacen, nos lo hacemos nosotros mismo al permitirnos que nos lo hagan.
- Si, es cierto, pero del mismo modo que sabemos que es sólo temporal, que en el fondo, somos lo que somos, como somos, y por mucho que nos resistamos, al final volvemos a entregar amor más sincero.
- Volvemos a ser agua Oscar, y como tal los sentimientos se nos escapa entre los dedos, resbalan por ellos y se lanzan al vacio, suicidio involuntario.
- Agua y aire, fuego, mar, Pessoa dice “considero a vida uma estalagem onde tenho que me demorar até que chengue a diligência do abismo. Não sei ondee la me levará, porque não sei nada”. Y en efecto, que sabemos de mañana para ser tan arrogantes como para planificar más allá de hoy Teresa.
Nuevo cambio de música, caprichoso iTunes. Tiempo de nuevo acompasado al capricho de la maquinaria digital que casi todo lo controla.
- Es Georg Philippe Telemann, concierto para viola. Le tengo mucho cariño a este concierto – interrumpió Oscar. Está interpretado por mi buen y admirado amigo Alexandru Afrasinei. Primer viola por aquel entonces de la Orquesta Ciudad de Málaga. Lucho mucho porque se tocase ese concierto, y al final lo consiguió, y de verdad que muy bueno. Está grabado en directo en la bella sala del antiguo conservatorio superior de música María Cristina. Una joya créeme.
- Si, es romántico. Pero por donde íbamos. ¿Conoces a Michael Krüger, poeta?
- Me suena la verdad pero no recuerdo.
- Es uno de mis favoritos. Tiene un poema en su libro Fünfzig Gedichte, creo que de 1993 titulado “Un jardín para Keith Jarrett” que está estructurado en cuatro parte, a modo de los cuatro movimientos clásicos de una sinfonía que me lo está recordando en estos momentos: “Largo tiempo por ese jardín vagaste, Jarrett, por la piel agrietada de los caminos que al atardecer se estrechan”
- Si me suena mucho creo que lo tengo por aquí – Oscar se levantó, rebusco entre una apilada torre de revistas de lomo carmesí, cogió una, busco entre las paginas y se sentó de nuevo a la mesa. Si aquí lo tengo “ Cuando caen …”
- “las hojas, se convierten en peces en el agua y en pájaros del campo” – continuó Teresa.
- ¿Te lo sabes de memoria Teresa?
- Sí, me encanta, sobre todo el final.
- Sí, es una belleza.
- La verdad es que en algunos poemas míos hago referencia al personaje de Jarrett, que no el porqué, me fascina, quizás por el encierro en ese jardín de simetría perfecta. ¿Jaula de oro? ¿Encierro voluntario o involuntario? Pero desde luego con magia, con estilo, y eso siempre me gustó.
- Eres un esteta Oscar
- Me ha costado años reconocerlo, pero debo decir que si, y cada vez de forma más profunda, si.
- Ten cuidado, que este es el camino más directo para terminar siendo un maniático.
- Pues sí, espero no caer en ello. Es el peligro de vivir solo más tiempo de la cuenta. No se puede vivir sólo siempre.
- Lo sé, pero a veces va bien una temporada contigo mismo sin contaminación alguna.
- Un buen amigo y maestro me recomienda siempre: no te relaciones con la gente que hace lo mismo que tú; y lleva razón, el contacto con otros escritores, o pintores, al final terminan por contaminar tu propia obra. Te quita originalidad y el atrevimiento. ¿Te gusta la poesía de nuestros santones de la Generación del 27? Emilio Prados, Manuel Altolaguirre, Pedro Garfias, José María Hinojosa, que durante mucho tiempo estos fueron considerados como los poetas menores de la G27 en comparación con los llamados poetas mayores como Federico García Lorca, Rafael Alberti, Vicente Aleixandre, Dámaso Alonso, pero poco a poco y gracias a los estudios serios que se están realizando, se están poniendo en el lugar que les corresponde. No solo no son poetas menores, sino que más bien todo lo contrario, verdaderos artífices y corazón de la Generación.
- Si, algo, pero sabes Oscar, estoy hasta el gorro de tanta cultura, porque no me coges de una vez la mano y me llevas a la cama.

ACTO PRIMERO

Mientras la lluvia cesa


Sonaba la 7ª de Illarramendi, la lluvia no cesaba de caer. El olor a tierra mojada inundaba cada espacio de la decadente, pero estilosa casa de campo. El viento soplaba con fuerza, a veces sobresalía entre los compases. A través de las ventanas, las hojas de las jacarandas rociaban de color el camino hacia la entrada. Todo anticipaba esa tormenta de primavera, útero de esperanzas, pájaros nuevos que levantan el vuelo por primera vez, cigüeñas que ocupan su espacio en el decorado de la nueva estación que nos acariciaba.
Oscar levanto la mirada del papel en blanco, incapaz de escribir una sola palabra más de esa novela que se le atragantaba día a día, y es que, con el paso del tiempo, no se sabe bien si la memoria, o la mano, o ambas, comienzan esa retirada inevitable, y con ellos los personajes se difuminan entre la nebulosa de recuerdos confundidos entre realidad, ficción.
Retiró hacia atrás la mesa y dirigió sus pasos a la cocina donde ya sonaba el inconfundible sonido del agua hirviendo, la paso a la taza, y en ella espació un puñado de té de la India, traído por su viejo amigo y colega en el artes de las letras. Rahjid, seguidor de Ghandi, arrojado activista anti-británico, conoció a Oscar en un congreso de escritores para la paz celebrado en la recién inaugurada biblioteca de Alejandría, y desde entonces las cartas, los paquetes no cesaban entre Madrás y aquel lugar escondido del campo de Al-andalus, siempre con aquellas pequeñas bolsas de té que ahora, ya sentado de nuevo en su silla, comenzó a disfrutar del primer sorbo.
La tarde comenzó a apoderarse del tiempo y la luz comenzaba a oscurecer, cuando un estallido de luz cegadora arrasó todo a su alcance, segundos después llegó aquel ruido ensordecedor que, por un instante lo dejó todo en silencio. Saltó del sillón y se dirigió hacia la ventana del salón, cristales empapados por fuera que apenas permitía ver hasta medio camino. En ese mismo instante otro rayo abrió el cielo e ilumino todo a lo que alcanzaba su vista. Cuando recobró la visión tras el impacto lumínico sobre sus retinas, le pareció ver una figura humana junto a la puerta de la verja, pero la oscuridad se apoderó de todo. Encendió las luces del jardín y de las farolas que alumbraban el camino.
Dudó un instante en salir. Se puso la gabardina y corrió hacia la entrada de la finca. Allí, al leve refugio de la cancela, una mujer, aun de inapreciable figura, de inapreciable edad, tiritaba de frío. Las gotas de agua resbalaban por el rostro que, tras una leve parada en la comisura de los labios, caían en suicido sin solución hasta el suelo, y allí, perderse en el riachuelo que ya se había formado entre sus pies.
Sin cruzar una sola palabra la cogió de la mano y llevó hasta la puerta de la casa. Allí un momento de duda, un cruce de miradas, un gesto de confianza, y cruzaron el umbral de la puerta.
Una vez dentro, despojada del plástico que envolvía sus ropas, apareció Teresa. Delgada, piel pálida hasta la transparencia en contracte con el pelo rizado negro azabache, profundos ojos y cejas oscuras, labios pequeños pero que perfilaban a la perfección el contorno de la boca. Rostro pequeño, de marcado carácter y con cierto aire melancólico. Sus manos pequeñas y de dedos largos y finos, estrecharon las rudas y arrugadas manos de Oscar, que sintió, después de mucho tiempo el tacto suave de una mujer que intuía más joven de lo que parecía a primera vista.
Cuando Teresa consiguió soltarse de las manos, dio media vuelta despacio y comenzó a observar aquel salón, tan grande en apariencia pero tan intimista. Repleto de estanterías cargadas de libros, paredes empapeladas de cuadros, y multitud de objetos por todas partes de inimaginable procedencia. La luz leve, indirecta, daba un aire acogedor a todo el salón. Mesa de trabajo con lámpara de mesa y plafón ya achicharrado de tanto uso, sillones y mas sillones repletos de libros y periódicos de no se sabía bien qué fecha. Sofá donde apenas si quedaba hueco para una sola persona. Suelo de madera ya ennegrecida por tanto té y alcohol derramado sobre él.
Teresa dudó un instante entre sentarse en aquel hueco libre del sofá o salir corriendo de allí en ese mismo instante. Paró su mente y mientras se tomaba el tiempo mínimo para pensarlo fijo su mirada en el lomo de algunos libros que sobresalían sobre los demás por la cantidad de copias que había. Se acerco a ello, sacó las diminutas gafas de cerca montadas al aire y pudo leer los títulos.
Oscar la miró de reojo, ya sentado en su mesa y le comento:
- ¿Los conoces?
- Sí, es uno de mis autores favoritos, me imagino que al igual que a ti por la cantidad de copias que tienes. – Le replico sin girar la cabeza.
- Si, suelo regalar algunos ejemplares. ¿Los tienes todos?
- Bueno creía que sí, pero en vista de tu colección, la verdad es que me faltan algunos. No tenía ni idea que hubiese publicado tanto.
Ella continuó andando por los estantes repletos de libros, revistas, legajos, manuscritos, y entre aquel barullo de libros, de vez en cuando un hueco con algún cuadro y fotos en las que se veían cenas, entregas de premios, personajes conocidos del mundo de las letras, en ellas se relataba la intensa vida de aquel hombre que tenía sentado en aquella mesa repleta de papeles y comenzó a hilar. No podía ser, no podía creerlo. Oscar, claro, Oscar.
- ¿Es usted verdad?
- Si
- ¿Cómo no me he podido dar cuenta antes? – Comentó un poco ruborizada.
- Es que no ha dado tiempo. – Contestó el quitando importancia – Es que no le ha dado tiempo a usted, ha sido muy rápida de verdad.
Teresa comenzó hablar y hablar. Le comentó que era estudiante de último año de filología y había tenido que estudiado algunas de sus obras. Que incluso había realizado algún comentario de texto sobre su libro Tratado de soledad.
Ese fue el detonante de la conversación. Ella saltó sin duda alguna sobre aquel hueco libre del sofá, y de un manotazo aparto la primera hilera de libros para hacer un poco más confortable el rincón que le tocaba en suerte.
Oscar se levanto, fue despacio hasta la cocina americana del salón y comenzó a calentar más agua. – Qué quieres, ¿té, café, vino, copa? – Café, Café si no le importa. El silencio se apoderó del salón y la música de Illarramendi recobró el protagonismo.
- Soy muy malo haciendo café, lo mejor que se preparar es un buen vaso de coca light, y con el té que me defiendo, herencia de mi relación con la India y de antiguas compañeras de viaje muy aficionadas. ¿Estás segura de ese café? – Preguntó al mismo tiempo que la miró por encima de sus gafas.
- Si, segura, correré ese riesgo, los he corrido mayores.
Puso la cafetera italiana a fuego muy lento, y dirigió sus pasos al ordenador done el iTunes se ocupaba de la música, programada de forma milimétrica para toda la semana, pero que en ese instante, y de forma casi instintiva, sin meditar cambio. El violín de Viktoria Mullova comenzó a interpretar el Allemanda de la partita número 1 BWV 1002 de J.S. Bach.
- ¿Te gusta Bach? Yo no entiendo la música sin él. Es el resumen de la matemática perfecta. Música creada para elevarse y aislarse de este mundo.
- Bueno la verdad es que no soy muy melómana, pero si lo conozco, me gusta de él La Pasión según San Mateos, la escuche una vez en Málaga a la Orquesta Ciudad de Málaga y me fascino. Me llevo un buen amigo y pude hablar después con el Director, ¿cómo se llamaba este hombre de pelo blanco?
- Odón Alonso.
- Eso. Me gusto su descripción de la obra. Magnifica en serio me gusto muchísimo, un poco larga para mí, pero inolvidable.
- Si para mi es la cumbre de su obra, aunque discutible, a cada uno le gusta quien y que le gusta. Pero creo que de forma clara es su obra más completa.
De nuevo el sonido del agua hirviendo tomo protagonismo sobre el Bach que sonaba. Oscar trato de hacer el mejor café posible, aun desde la consciencia de lo imposible de su esfuerzo. Taza en mano, puso en su interior un poco de aquel líquido negro inmundo que siempre le salía mientras preguntaba si mucho o poco café, con o sin leche. Ella en un instinto de supervivencia fue concreta: poco café y mucha leche.
Así hizo, un poco de café menos imposible, y termino de llenar la tasa de leche templada, aquello parecía al menos que sabría a leche con algo de café e incluso podría beberse sin mucho sobresalto. El, con el agua sobrante se puso otra taza de té de su amigo Rahjid, mientras que Viktoria tocaba la Gavotte En Rodeau de la partita número 3
- Me encanta esta Gavotta, me resulta tan fresca
- Si, es bonita y simple al mismo tiempo.
- Tengo por ahí una versión de esto mismo pero interpretado a la guitarra, que es muy sensual. No sé donde la tengo pero la encontraré.
Viktoria seguía con sus notas más magistrales. Parecía que su música marcaba el ritmo del tiempo dentro de aquella estancia cada vez más intimista y caldeada por el fuego de la chimenea en pleno apogeo. El agua continuaba golpeando contra la ventana y el viento abatiendo las hojas de las jacarandas que comenzaban ya a acumularse en las ventanas.
- Teresa perdona la indiscreción ¿qué edad tienes? – Interrogo Oscar casi sin pensar el por qué de ese impulso.
- Treinta y dos. – Sonrió al tiempo que lo miró con gesto de curiosidad.
- Demasiado joven para ti Oscar. – Contestó Teresa rotunda.
- Si demasiado, demasiado, la vida se nos escurre entre los dedos sin darnos cuenta que la distancia entre mente y cuerpo es cada vez mayor y nada podemos hacer nada por remediarlo. Nada nos va quedando Teresa, observar como la piel empieza a pegarse sobre nuestros huesos, solo la esperanza de que al menos, esta última batalla de la guerra de la vida sea digna.
- No es para tanto Oscar, no estás tan mayor, tienes buen aspecto, y cierto morbillo, cierta erótica, y mucha atracción Oscar y eres consciente de ello, usas la palabra, los tiempos, el método, tienes experiencia Oscar, y la estas utilizando.
Oscar ruborizó. No supo reaccionar, pillado infraganti por una joven de apenas treinta años y de aspecto débil.
- Es cierto perdona, no me he sido consciente, pero llevas razón no voy a negar la evidencia. Pero nunca pude evitarlo, siempre me salió de forma instintiva. Intentaré comportarme con un señor mayor. – La miró de forma diabla en otro intento de que no se lo tomara muy en serio esa promesa y que el juego continuaría.
- No importa, me halaga que “usted” se moleste en una chica como yo, mientras que imagino por su vida habrán pasado mujeres de extrema belleza, qué hacer con una joven e inmadura como yo, que sólo el hecho de una piel joven y tensa, pueda arrastrarle a intentos vanos. Recuerda Oscar, la derrota debe ser digna.
- Bravo teresa, me ha impresionado, ¿pero todo eso ha concluido de esta leve y musical conversación?
- No, sólo quería probarte Oscar y has caído, perdona hombre. Yo si he sido quizás atrevida, demasiada fresca.
- Me vuelves a sorprender Teresa, me encanta esa frescura, en serio. Me encanta, sigamos, me gusta, me gusto siempre estos juegos. Un momento
Se levanto, puso más agua a hervir y cambió de nuevo la programación del iTunes, con esa pregunta interior ¿qué haces hoy con la música? ¡Déjala en paz que suene a su antojo! Elgar, Cello Concerto In E Minor, Op. 85 - 1. Adagio Moderato interpretado por la cellista Anne Gastinel tomo el relevo de Bach
- Me casaría con Anne, con sus manos, la elevaría a los altares, de hecho ya lo estoy haciendo, he escrito una carta al obispado para su beatificación en vida, esas manos se las dio Dios por algo, creo que es obra de Él, un regalo divino que debería estar en las iglesias para adorarla, pero quizás me digan que no, y es que estos de la sotana no saben entender que ella es el milagro de Dios y una de sus obras más divinas. Claro que mientras se deciden a contestarme, disfruto de su música, y de ella en mis sueños. – Suspiró
El silencio se hizo de nuevo en el salón, mesa de mezclas donde el sonido del viento, las hojas, la lluvia, el crujir de la madera en la chimenea, el agua hirviendo y la música de Elgar se mezclaban en una sinfonía disonante pero seductora.
Ambos se dejaron llevar por las primeras notas del cello de Anne; ninguno se atrevía a quebrar aquel momento. Oscar para que ella escuchara, Teresa para que el disfrutara de su Diosa. Acabado el Adagio Moderato, el se puso otra taza de té, regreso sobre sus pasos, retiro por primera vez en mucho tiempo los periódicos del sofá y se abrió hueco para sentarse junto a ella.
- Te entiendo Oscar, es una maravilla esta mujer.
- Si, lo es. Pero hablemos de ti Teresa.
- Vale que quieres saber
- Lo que me quieras contar, pero, ¿porque filología?
- Me gustó, siempre me gusto leer y quise entender, ver que había tras todas esas palabras y así, casi de forma instintiva me vi en la facultad de letras, aprendiendo el significado de las palabras. Entre ellas las tuyas.
- ¿A qué te dedicas Teresa?
- Ya te he comentado curso último año de filología
- No, que a que te dedicas tu tiempo libre
- A estudiar, solo a estudiar, quiero terminar de una vez esta carrera que comencé hace ya diez años y nunca soy capaz de terminar, y me lo he propuesto, mientras tanto, me busco la vida como puedo.
- ¿Qué te pasó para dejar de estudiar, si quieres contestar claro?
- En resumen Oscar, me case, lo deje todo por amor, y el amor me dejo a mí, triste destino de aquellos que nos enamoramos demasiado,
De nuevo el silencio, que como las notas de una sinfonía aparece de forma regular marcando el tiempo de toda la obra. Anne seguía con su divina interpretación de Elgar. La lluvia persistente, el viento insistente, el fuego pidiendo algo de madera para mantener el calor en aquellas paredes rodeadas de libros e historia reciente.
Como se de una orquesta se tratara, a la espera de la orden de atacca de la batuta del director Anne comenzó el Allegro Moderato al mismo tiempo que Oscar tomaba protagonismo de aquella sinfonía.
- Cierto. No se puede amar demasiado, termina por quemarlo todo. También tengo mi historia no creas. Cada uno de mis libros es una historia con principio pero sin final. Tras cada libro hay una mujer y yo, yo y una historia mal terminada o no, no sé, nunca pude estar junto a una mujer que no amaba. Y no sé si acerté, porque mírame, soy el Dios de la Soledad entre tanta gente. Quizás debí aguantar no sé, simplemente viví, o intente vivir.
Esta vez el silencio se precipito, sin avisar lo ocupo todo, lo tapo todo, lo calló todo. Solo quedaban las miradas inertes de Oscar y Teresa.
- Algo intuí en Tratado de Soledad – Dijo Teresa e interrumpida de pronto por Oscar.
- Sí, me amo demasiado, demasiado y no lo vi, no quise verlo. Dejé pasar el amor de verdad e intenso por la puerta de mi vida; lo deje pasar y lo pague, supe en aquel instante que nunca lo volvería a sentir. Y así fue. Aún tengo frescas las lágrimas cada vez que intento recordar la última vez que la vi y no me acuerdo. Suicidio voluntario.
- Continúa por favor.
- No, no se puedes amar demasiado Teresa. En el amor hay que ser egoístas. Sacar, exprimir, pero no sucumbir, no dejarse morir. Pero, siempre me puede el amor Teresa, siempre sucumbo y muero. Creo resucitar, pero lo único que hago es sucumbir de modo más profundo. Y aquí yazco, enterrado entre estas paredes en un intento continuo de escribir no se qué cosa cada vez más alejado de mi. No sé, muchas veces grito socorro, pero nadie llega en mi ayuda.
- ¿Hoy ha llegado alguien no? – Interrumpió esta vez teresa.
- Sí es cierto, pero hoy no he gritado. – Contesto de inmediato Oscar
- Cierto. – Continuó Teresa. Cierto pero aquí estoy, soy lo único que tienes en este momento, ¿vas a dejarlo pasar también Oscar?
Sin el permiso de Oscar el iTunes salto, y las notas de la partita numero 1 de la suite inglesa para piano de Bach, otra vez Bach, otra vez una mujer, esta vez María João Pires.
- ¿A qué te refieres teresa?
- A la oportunidad de ser escuchado, no sé cuándo ni porqué escuche ese grito, pero lo escuche. Ahora sé que comenzaste a gritar al mismo tiempo que a escribir. No fuiste un escritor temprano, comenzaste tarde, de repente, de forma intuitiva, pero ya no paraste, y es que en realidad no escribes, gritas Oscar y cada día con más fuerza.
- Todo eso solo con Tratado se Soledad Teresa, si llegas a comentarlos todos terminas por desnudarme por completo, gracias a Dios que sólo ha sido un libro.
- Es que soy buena.
- No lo dudo.
- Y que más intuyes
- Intuir mucho, saber nada. Estas enamorado aun Oscar
- Lo afirmas o me preguntas
- Lo afirmo.
- Y ¿de quién?
- Tú lo sabes, nunca dejaste de amarla.
- No sé a quién te refieres. Si, estuve muy enamorado pero como té me quemé, terminó y nada pretendo recordar. ¿Estar aún enamorado? Quizás Teresa, quizás, pero se confunde en el recuerdo. Conoces ese poema que dice que los hombres nunca debieran tocar las estrellas sin quemarse, pues yo me he quemado muchas veces. Y cada quemadura me dejo recuerdo en el corazón pero no sé de quién estoy enamorado. Me gustaría volver a enamorarme, pero no sé.
- Si lo sabes Oscar me refiero a ella, nunca existió otra.
- Si quizás, quizás fuese eso lo que siempre me impidió darlo todo con nadie más, pero eso murió, y mi única duda es si no me maté yo en ese momento. Si desde entonces solo consigo sobrevivir de espaldas al amor. No Teresa no, de forma definitiva no podemos amar demasiado, no solo quema, mata.
Federico Mompou con su Afflitto e penoso de Música callada irrumpió de repente en la conversación, Piano suave, apenas apreciable pero de intensa y profunda. Momento de silencio, en el que Teresa se levantó por primera vez del sofá, se acerco a la ventana y comentó: parece que la tormenta comienza a amainar. Palabras que provocaron una tormenta de pensamiento en Oscar, no había caído, se había olvidado que Teresa había llegado con la lluvia y con la lluvia se marcharía.